Camineros y cabreros han sido durante mucho tiempo los cortafuegos de zonas rurales, como es el caso del valle de Ambroz (Cáceres). Todavía bajo la impresión del reciente y devastador incendio de la cercana sierra de Gata, es más que oportuno un homenaje a estos oficios discretos, olvidados y en triste retirada. 

“Vendrán, volverán los fuegos cuando se marchen los camineros y los cabreros”. Los camineros se marcharon en la década de los noventa. Uno de los últimos, Ángel Sánchez, el de Gargantilla (Cáceres), mantenía limpias las cunetas de la carretera local. Los tragantes bien cogidos, las regateras perfectamente guiadas, las ramas de los árboles en su sitio y sin invadir, los puentes con el alivio justo, la cuneta limpia.

Con la zacha, el hocino y la segureja, todas estas tareas las realizaba Ángel sin quitarse nunca el cigarro de la boca, respirando y su boina ladeada, para protegerse del sol. Aquellos hombres, los “príncipes de las cunetas”, mantenían estos corredores verdes, de una forma natural, a mano, con las herramientas de entonces.

Con su presencia física indirectamente realizaban labores de vigilancia forestal y de prevención de incendios. También eran agentes de circulación improvisados simplemente con estar allí: eran los más cercanos a cualquier accidente o incidencia de tráfico y, sobre todo, a los conductores, entonces menos, que se alegraban de verles, siempre en los márgenes de aquellas carreteras, en aquel mundo analógico, natural y tremendamente humano.

Garduños, tejones, zorros, lagartos, jabalines, culebras, escarabajos, roedores y pájaros. Todos los animales atravesaban o vivían en estos corredores verdes, las cunetas, sin ningún peligro, sintiéndose protegidos por los humildes camineros.

En cambio hoy, digitalizados y sistematizados como estamos, de verde y de corredor nada de nada. Herbicida al canto, con su tremendo efecto: en primavera todo verde y las cunetas arrasadas, sin vida. Esas máquinas, grandes desbrozadoras que lo trituran todo. Esos líquidos herbicidas, la muerte, el pánico de lagartijas, escarabajos y todos los indefensos y defensos.

Decía el recordado Diosdado Simón, el botánico, el sabio de los árboles, que las cunetas son auténticas lecciones de biología botánica, magistrales bancos genéticos, y debemos conservarlas, protegerlas, como a todos los árboles singulares.

Felipe uno de los últimos cabreros de Segura de Toro. Valle del Ambroz. Cáceres

Felipe uno de los últimos cabreros de Segura de Toro. Valle del Ambroz. Cáceres

Y qué decir de los cabreros. Uno puedes ser albañil, carpintero, electricista o dedicarse a cualquier profesión y en tiempos de crisis puede dejarla, reciclarse o retomarla cuando proceda. En cambio, un cabrero, cuando vende su piara, es difícil que alguna vez vuelva a lo mismo y ocurre entonces un drama en la naturaleza, porque las cabras constituyen un auténtico eslabón medioambiental.

En el año 1963 agostaban en la sierra cacereña de Hervás la friolera de 26.243 cabras; actualmente, unas trescientas. Por eso hace una década esa sierra estuvo ardiendo siete días seguidos y el bosque, hoy, en algunas zonas, sigue impenetrable e inaccesible. Que alguien se pregunte la razón de que en los últimos sesenta años no hayan ardido las sierras de Gargantilla, Segura de Toro y Casas del Monte, en el cercano valle del Ambroz.

Hace veinte años unas 8.000 cabras pastaban en estos municipios, hoy escasamente cuatrocientas. Pero amigos lectores, ha ocurrido un auténtico milagro, un regalo a la naturaleza, pues resulta que en el municipio de Segura de Toro José se ha lanzado al monte con 250 cabras, recién compradas.

Este joven ha dejado el bar que tenía arrendado, junto con su compañera Estíbaliz, para dedicarse a una hermosa y dura profesión. Sus padres, Juan Manuel y Dolores, ya jubilados, cabreros de toda la vida, se emocionaban viendo venir y descargar a la nueva piara. Los padres de Estíbaliz, José y María Jesús, también jubilados y cabreros, ni que decir tiene. Todos están detrás, apoyando y ayudando a esta joven pareja.

Las potas de leche han vuelto a bajar de la sierra de Segura de Toro y el queso se aprieta en torno a los cinchos de madera. La sierra vuelve a estar viva y vigilada.

Autor: Matías Simón Villares. Cantautor y poeta