“Amo más a los árboles que a los hombres”. Solía decir el genial músico y compositor Ludwig van Beethoven. En la primavera de 1990 el recordado y afamado botánico Diosdado Simón Villares, el sabio de los árboles, se encontraba inmerso en la redacción del libro Árboles Notables de Extremadura; libro grande, lleno de colores y matices, que le llevó más de quince años, con un trabajo de campo inigualable. Por la o cina donde trabajaba Diosdado, Técnico de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Cáceres, en el Parque del Príncipe, apareció Alfonso Rincón de Miguel, hombre alto, enjuto, educado y con porte aristocrático. Venía a decirnos que su familia tenía un jardín muy antiguo, abandonado, pero con trazos de la grandeza y belleza que en su día debió poseer, y con muchas palmeras, en la localidad de Villar de Rena, provincia de Badajoz, colindante con la de Cáceres. Diosdado, ávido de curiosidad, no se lo pensó dos veces y ese mismo n de semana visitó el jardín, o lo que quedaba de él, para obse- quiarnos con el descubrimiento de un gran árbol notable: La Araucaria de Santa Inés.

Diosdado nos cuenta: “La Sierra del Villar está constituida por un espolón cuarcítico, que se eleva sobre los llanos del Río Ruecas, tributario por la derecha de Río Guadiana. Todo el territorio se inte- gra en los regadíos de las Vegas Altas. El jardín se sitúa en la ladera Este de la sierra. Originariamente la vegetación la formaba un bosque mixto de alcornoques y encinas.

Las zonas más térmicas eran ocupadas por un matorral de jaras y acebuches. Con una extensión de 2 Has., el jardín fue una creación personal de Doña Inés Gil de Zúñiga y Sanz, antepasada de la familia de Alfonso, que allá por 1895 aterrazó la pendiente en tres grandes bancales, muró el perímetro, trazó paseos, excavó pozos, construyó aljibes y canalizaciones para riego aprovechando el desnivel y construyó su residencia, a eje con el jardín, dominando el valle. Cuando la infraestructura del jardín estuvo realizada, su espíritu viajero le permitió adquirir plantas exóticas antes nunca vistas en la zona. Enmarcó los paseos con alineaciones de palmeras, washingtonias, eucaliptos, tilos… etc. Para protegerse del sol construyó pérgolas que cubrió de glicinias, bignonias y jazmines. Supo utilizar la vegetación autóctona reservándola para las zonas más rústi- cas; madroños, granados, almendros, pinos, cipreses y olivos están plantados de forma natural. Cerca del agua plantó tilos, castaños, chopos y adelfas. Para aromatizar el am- biente distribuyó naranjos y limoneros por todo el recinto.

De todo aquello poco queda. El jardín se abandonó en los años sesenta y toda la infraestructura fue destruida. Cuando el agua faltó solo la vegetación más rústica o aquella cercana a los pozos pudo sobrevivir.

Pero hete aquí, amigos lectores y amantes de la naturaleza, a un sobreviviente del otrora esplendor, a un ejemplar único, bello y altivo; allí permanece una Araucaria angustifolia (Pino Paraná. Araucaria del Brasil). Diosdado nos describe el ejemplar con un perímetro de tronco de 2,74 m y una altura de 16 metros, con una edad estimada en torno a los 110 años. Su propietaria lo trajo del Brasil y fue plantado en la terraza inferior del jardín. Posee tronco grueso, alto y recto. En su lado Oeste se aprecia una gran oquedad de tres metros de longitud, causada por la caída de un rayo. El hecho debió producirse cuando el árbol era aún joven, entonces perdió la raíz principal y las secundarias correspondientes a ese sector.

Para poder mantenerse en pie las raíces del lado contrario ensancharon su perímetro. Por su parte, el tronco generó gruesos paquetes de madera de reacción alrededor de la herida. Solucionados los problemas mecánicos el árbol sigue creciendo. Biológicamen- te el árbol vegeta bien y la zona alta de la copa está sana y vigorosa. Aunque el árbol sobrepase los cien años, todavía mantiene caracteres expansivos y sigue creciendo; la silueta cónica así lo indica. Cuando se abandone el ramaje inferior y el per l de su copa tienda a la horizontal, el árbol habrá nalizado su estado adulto. Entonces comenzarán los rebrotes de ramillas sobre el tronco y el árbol comenzará su decadencia. Desde lue- go hay que ver como nos emociona Diosdado con sus cosas.

El jardín de Santa Inés se debe al empeño tozudo de su propietaria por crear un oa- sis donde antes sólo existía un secarral. Una vez localizada el agua organizó uno de los jardines privados más importantes de Extremadura. El esfuerzo y la inversión necesaria sólo fueron comparables a los jardines creados en el Renacimiento.

Así las cosas, Alfonso Rincón de Miguel comunicó a su familia la necesidad de conservar lo que queda de ese bello jardín y la posibilidad de restaurarlo, teniendo como eje central a la bella Araucaria. Toda vez que Diosdado falleció y se marchó por encima de las copas de los árboles en la primavera del 2002, tuve a bien acompañar a Alfonso para trazar un plan de recuperación en el que se consolide el cerramiento y se acometan instalaciones de riego por goteo para conservar lo que queda. Mediante un pozo de sondeo, a oró el agua y Alfonso se emocionaba cuando la veía brotar. ¡Qué importancia la del agua, en aquel espacio, el de sus antepasados, tan bello! Y como le llegó la jubilación dedicó su tiempo al disfrute y deleite de aquellos campos de arroces y maizales, familiares, colindantes con el afamado ahora jardín araucano.

Son las once de la mañana del pasado 28 de septiembre, su esposa Mari Carmen, con sus hijos y familiares, esparcen parte de las cenizas de Alfonso al lado de su querida Araucaria. Unos días antes hablábamos de que había que podar las hortensias, las del patio de la casa. Somos lo que dejamos y desde luego Alfonso nos dejó ese afán por transmitir y conservar la Araucaria del jardín de Santa Inés. Estoy seguro que así lo hará su familia. Descansa en paz, querido amigo.

 

Matias Simón Villares Multiplicador de ilusiones.