VALERIANO Gutiérrez Macías, uno de los más profundos humanistas cacereños de los últimos tiempos, ejemplo de investigación y divulgación de los temas cacerenses, en todos los campos, algo que llevó a cabo durante más de sesenta años, con una exquisita pasión, ya no está entre nosotros. Con su fallecimiento desaparece uno de los gerifaltes extremeños más significativos de la pasada centuria, que luchó con una constancia ilimitada por divulgar la imagen más humana y popular de la tierra parda.

Atrás queda, en las hemerotecas, el reflejo de una vida de generosidad en pro de los movimientos culturales extremeños y cacereños. Sublime mensaje de calidez humanística, que lanzó a los cuatro vientos de su trabajo. Lo que consiguió a través de la constancia, la humildad, la sencillez y el rigor. Una labor intelectual, de gran calado, que pregonó desde las páginas del diario HOY, la Revista de Estudios Extremeños, ABC, Informaciones, La Vanguardia Española o la revista Alcántara, que llegó a dirigir.

Apasionado de los valores y las sensibilidades etnográficas, investigador, conferenciante, cantor de las raíces y esencias histórico-monumentales y turísticas, redescubridor de la figura de Gabriel y Galán, cronista de honda raigambre, tertuliano infatigable, amante del callejeo y de la charla con los paisanos, siempre con la libretilla en los bolsillos para apuntar curiosidades, refranes, tradiciones, anécdotas, hierbas medicinales, labores del campo, cánticos populares, recetas de la cocina tradicional, secuencias semanansanteras, arquitectura costumbrista, tipología del curanderismo, fenomenologías artesanales, particularidades de la brujería, pormenores de la picaresca, conocia la región como la propia palma de sus manos. Algo en lo que trataba de implicar al paisanaje extremeño como eslabones de una misma cadena.

Entrañable, cordial, llano, noble y de hombría de bien, conocía a las gentes, los hechos, los acontecimientos y el boca a boca del pasado y de la actualidad, con la hondura y el sabor de la cultura humanística que siempre le distinguió.

Preocupado por el Cáceres de su alma jamás se cansó de escribir y de dar a conocer la riqueza de sus leyendas y su folklore, de su historia, de sus monumentos, de sus piedras y fantasías, de sus hombres y mujeres, del habla popular, de sus romerías y sus coplas, de sus personajes ilustres, de su tipismo que arremolinaba una fecunda variedad de manifestaciones entre creencias y festividades, entre cencerradas de bodas y ritos mortuorios, entre celebraciones de quintos y rogativas, entre canciones de mayos y rondas, entre los impresionantes surcos de la tierra parda que afloraban como una mágica forma en su vida.

Y escribía, al amanecer y en el crepúsculo, unas melodías que recorrían, en aquellos tiempos, la España rural y urbana, a través de una infinidad de periódicos y revistas. Como consecuencia de un trabajo tan ímprobo y permanente se sabía de Cáceres en toda la piel de toro por sus crónicas y artículos.

Estudioso del extremeñismo, por devoción, siguió la pista de personajes que un día pasaron a la historia en los más variados campos: Felipe Trigo, Carolina Coronado, Bravo Murillo, Zurbarán o Luis Chamizo. Fue compañero leal de tertulia de tantos fieles divulgadores a la imagen cacereña, Miguel Muñoz de San Pedro, José Canal Rosado, Fernando Bravo, Rafael García-Plata o Juan Carlos Rodríguez Búrdalo.

Charlaba con profesores y eminencias, de aquel Insti de siempre, El Brocense, en un Cáceres de antaño como Juan Delgado Valhondo, Martín Duque Fuentes o Abilio Rodríguez Rosillo, Y siguió la estela literaria de tantos jóvenes que se abrían el pulso del sudor entre la investigación y el periodismo y a quienes animaba a dejarse el pellejo entre las letras como Juan Antonio Pérez Mateos, Victor Chamorro, Antonio Viudas o Santiago Castelo.

Unas constantes que llevaba a cabo en todos los ámbitos de la vida desde la egregia imagen de nuestra tierra y el trabajo conjunto para la exportación y divulgación creativa e investigadora del más sólido de los extremeñismos: Solís Avila, Ortega Muñoz, Jaime de Jaraiz, Juan de Avalos, Rafael Ortega, Pérez Comendador o José Massa Solís.

Valeriano Gutiérrez Macías también indagaba sobre los conocimientos y la sabiduría popular de esos seres tan entrañables que se esconden en la geografía rural: Alfareros, sacerdotes, pastores, maestros, tenderos, agricultores, lavanderas, feriantes, alguaciles, que sabían de la vida a través de la experiencia y la memoria de todas cuantas inquietudes bullían en su mente. Charlas y apuntes que finalizaban en artículos en el HOY y otras publicaciones.

Sus legiones de amigos, siempre queridos por don Valeriano, formaron parte incansable de su quehacer y forma de ser y que, hoy, es recordado por cuantos admiraron su inquietud literaria, su calidad humana, su sensibilidad regional.

Entre otros motivos porque Valeriano Gutiérrez Macías fue un extremeño ejemplar que comulgó con la divulgación de Cáceres y Badajoz. Acaso ese tipo especial de hombre de la tierra parda que disfrutaba haciendo camino de la poesía humanística, que se le transparentaba desde lo más profundo de la serenidad de su alma. Una cualidad y una inquietud que le llevaba a pasear incansablemente por las callejuelas y plazoletas entre saludos y reposadas e interminables charlas que podían empezar en la rebotica de un farmaceútico, seguir en un casino, continuar por el ya desaparecido Café Avenida de Cánovas o el Círculo de la Concordia y finalizar en su despacho con una convocatoria cultural, con un cuento, con un artículo, con un canto al triunfo de los paisanos.

Don Valeriano, como siempre se le conoció, fue amigo de las salas capitulares y las bibliotecas. de las sacristías conventuales y los salones de actos, de las trastiendas bodegueras y los almacenes de ultramarinos, de los viajes contínuos para ahondar en el sublime misterio y encanto de Extremadura, de pegar la hebra con paseantes y estudiosos de la cultura.

Coronel del Ejército, sencillo pero claro prócer cacerense, fue el creador del homenaje anual a Gabriel y Galán, ante la estatua del poeta, donde todavía hoy se sigue rindiendo cantando al autor de ‘El embargo’. Fue uno de los grandes propulsores de los Festivales Folklóricos Hispanoamericanos-Luso-Filipinos, que en los años sesenta, convertían a Cáceres en capital mundial de la canción y la danza popular. También fue el impulsor de la Cofradía del Cristo de las Batallas que, en el atardecer del lunes semanasantero, desfila bajo las luces del silencio y la piedad en su estación y recorrido penitencial, y uno de los promtores del lanzamiento histórico-turístico y monumental de la Vía de la Plata.

Fruto de sus iniciativas y trabajo fueron los numerosos galardones que colgaban en las paredes del domicilio familiar, por donde resplandecían los colores del extremeñismo y del cacereñismo, que rinden tributo de recuerdo a un hombre, don Valeriano, siempre haciendo camino al andar y que cada día, con el alba, sabía encontrar la ilusión del trabajo en pro de los surcos de aquella Extremadura inédita, sublime y majestuosa.

Y es que Valeriano Gutiérrez Macías, gracias a tantos amigos y entusiastas de lo extremeño, fue uno de esos gerifaltes que hoy ya, desafortunadamente, van desapareciendo de nuestros pueblos, como un hito en el que la convivencia social y humana, amiga y entrañable, tal como siempre hizo y divulgó representa un sendero de paz, de respeto, de humanismo. Y que se conforma por las esencias de numerosos eslabones que se dan la mano para engrandecer esas geografías populares que le brotaron, con fuerza eterna, en una alma tan humanista como la suya.

Descanse en paz desde la eternidad de Cáceres.

JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ es periodista y escritor